Cuando había más cabras en los montes gallegos, éstos sufrían menos incendios. Sus rebaños funcionaban como pequeñas cuadrillas de limpieza de matorral y malas hierbas. La relación entre las razas autóctonas y su medio natural se rompió de manera más acentuada a partir de la década de 1960. No es casualidad que fuese desde entonces que la superficie afectada por los incendios forestales fuese creciendo de manera exponencial, según publica La Región.
La cabra Gallega es un animal de gran rusticidad que soporta las condiciones climáticas más duras de la montaña gallega. Color caoba, con un peso de adultos que alcanza entre los 40 y 55 kilos en las cabras y 55 y 70 en el caso de los machos. Su cornamenta es en arco hacia atrás, está intentando ser recuperada, por un lado por las cualidades gastronómicas de su carne y por otro, por la gran aportación que realiza al entorno en el que se encuentra.
Todavía son pocas las carnicerías que ofrecen a sus clientes despieces de cabrito gallego. La comercialización se realiza en fresco, en canales de cabrito lechal, que se alimenta exclusivamente de la leche materna antes de su sacrificio y el chivo, que es un cabrito de entre 7 y 8 kilos, cuya alimentación se complementó tras el destete con pasto o cereal como maíz, trigo o cebada. Su carne es tierna, sabrosa, jugosa y con una baja proporción de grasa.
Un sello identifica y garantiza tanto su pertenencia a la raza autóctona, como que ha sido criado conforme a los criterios establecidos por el reglamento y catálogo de razas autóctonas ganaderas de Galicia.
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